Esta
historia de seguro no tiene nada que ver con el mundo paranormal y extraño que
muchas veces son amenazas por así decirlo lejanas o
inventadas , donde la puesta en peligro de tu seguridad no es muy afectada , en
pocas palabras no es muy real , pero que pasaría si este miedo es real y
digamos muchas personas en el mundo entero seas de la ciudad que seas lidia con
ellos todo el tiempo, de seguro alguna vez te has fracturado algún hueso o
simplemente te mandaron a hacerte unas radiografías y como es tan normal
en este nuestro seguro mundo en el siglo XXI es difícil tenerle miedo
a un equipo como este de hecho jamas se te paso por la mente que este equipo
utiliza radiación para así poder ver lo que tu carne y piel
ocultan , capaz te resulte familiar el hecho de que los radiologos
utilizan un cuarto especial y una cubierta de plomo para protegerse ¿o no
es así?.
Este pequeño angelito ingirió sin saber Cesio 137 , pensando en que era polvo de luna
Leide
das Neves Ferreira es, probablemente, la
única niña de la historia que se ha merendado un bocadillo de Cesio 137. Fascinada por el polvo azul luminiscente,
untó además todo su cuerpo con el elemento radiactivo en presencia de su madre
y poco después de que su padre comprase el polvo mágico a unos conocidos chatarreros. Leide y familiares descansan hoy en ataúdes
de plomo tras morir y desencadenar un caos monumental en la ciudad brasileña de Goiania.
La revista Time calificó el incidente nuclear como uno de los peores de la
historia.
A la izquierda un equipo de radio terapia similar al que ocasionó uno de los desastres nucleares mas horribles de Sudamérica, a la derecha una niña que por descuido e ignorancia de sus padres yace 7 pies bajo tierra
El
13 de septiembre de 1987, Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira,
dos chatarreros a tiempo parcial de la ciudad brasileña, entraron en el
edificio abandonado del Instituto de Radioterapia deGoiania, buscando
morralla y metal para vender a buen precio. Con una de sus viejas carretillas
consiguieron recopilar más de 600 kg de plomo y acero; fundamentalmente
extraídos de una de las máquinas de teleterapia de la clínica, que también se
llevaron. Sin saberlo estaban desmembrando un peligroso equipo radiológico
cargado de cloruro de cesio.
Quemaduras inexplicables según los chatarreros que manipularon aquel polvo mágico , según ellos jamás habían tocado fuego.
Los
chatarreros empujaron la pesada carretilla hasta la casa de Santos Alves, y así poder desmenuzar con tiempo su
botín. Nada hacía presagiar a los incautos que esos 600 metros de recorrido
iban a ser levantados —literalmente— por decenas de excavadoras unas semanas
más tarde, para filtrar y limpiar hasta el último gramo de tierra contaminada.
Una vez allí y a golpe de martillo, fragmentaron todo el
equipamiento para poder clasificar el material. Un pequeño cilindro —del tamaño
de un dedal— se desprendió de la máquina. Era la cápsula del componente
radiactivo. Un robusto tubo de plomo y acero que contenía la fuente. Ésta
giraba libremente dentro del dedal y sólo irradiaba y emitía luz cuando
coincidía con una pequeña ventana de iridio del cerramiento exterior. Un
pequeño farol ‘eterno’ a modo de juguete divertido y peligroso.
La radiación no puede ser vista por los ojos del ser humano un asesino invisible que capaz lo único que podía advertir de aquel fatídico destino fue el envase pesado de plomo el cual contenía el cesio 137.
Ambos
intentaron abrir el cilindro para sacar lo que creían eran unos gramos de
pólvora antes de desistir y vendérselo a su compañero y tío de la niña. Esto
les salvó la vida. Devair Alves Ferreira consiguió
romper la cobertura de la cápsula para sacar el polvo azul. Tenía una idea en
la cabeza. Intentar fabricar el anillo más fascinante y mágico que nunca habría
visto su mujer. Convocó a todo el vecindario para jugar y tocar la piedra y los
polvos fluorescentes que de ella se desprendían. El padre de Leide se
tatuó una cruz en el abdomen con la piedra. Otros se maquillaron la cara con
pinturas luminosas ‘de guerra’ o esparcieron el polvo por los corrales para el
jolgorio animal. Su sobrina jugó con los polvos mientras merendaba su
bocadillo, aquella fatídica noche…
Lo radioactivo suele brillar y también matar...
Dos días después comenzaron los problemas. Los dos chatarreros
empezaron a vomitar cruelmente entre estertores febriles, achacando los
síntomas a una mala digestión. Acabaron en el hospital en la sección de
enfermedades tropicales. Pronto se dieron cuenta en el barrio que algo no
funcionaba. Más de 600 personas estuvieron en contacto directo con el cesio
antes de que la tía de Leide barruntara una relación directa entre
la piedra mágica y los cuerpos hinchados y literalmente llenos de quemaduras de
sus amigos y familiares.
¿Pensaste que los desastres nucleares solo existían en países muy desarrollados?, esto es lo que pasa cuando a un país tercer tercermundista se enfrenta ante una crisis nuclear , esta foto es el cementerio nuclear de la pequeña ciudad de Brasil de Goiania aun contaminada con restos de cesio 137, capaz ni los muertos pueden descansar aun en paz.
Dentro
de la funesta cadena de determinaciones erróneas, la señora Gabriela Maria Ferreira decidió llevar la piedra para que la
examinara la máxima autoridad sanitaria de su barrio: el veterinario. Ante las
sospechas, éste decidió aconsejar que se trasladara con la piedrecita y sus
polvitos al hospital de la ciudad.Gabriela metió
el cesio en una bolsita de plástico y cogió un abarrotado autobús de línea
hasta el hospital municipal. Todo este operativo sería más tarde imitado y
ensayado por las autoridades en el estadio olímpico de la Goianía para intentar establecer un protocolo
de aislamiento de los contaminados y estudiar el recorrido de la sustancia en
su fatal viaje. Allí acudieron cientos de personas para ducharse y
descontaminarse.
Al llegar al hospital, la señora Gabriela soltó
encima de la mesa del doctor Paulo Roberto Monteiro el Cesio 137. Paulo sospechó
su procedencia y lo llevó inmediatamente metido en un saco a una zona sin
gente, dejándolo todo en una silla en el centro del patio trasero. Una vez
identificado se evacuó el hospital y se procedió a su retirada. Para ello una
grúa descolgó una tubería gigante sobre la silla y los restos radiactivos.
Luego se derramó una tonelada de hormigón sobre el conjunto para poder
extraerlo completo y de una sola pieza. Gabriela falleció en ese mismo hospital el 23
de octubre.
La pobre mujer no sabia que un pequeño saco de plástico no contendría el venenoso vapor y partículas de aquel polvo de estrellas mortal ( este es el saco donde el cesio 137 fue llevado por la señora Gabriela y dejado allí encima de una silla, claro sin gente)
Inicialmente murieron cuatro personas por síndrome de radiación aguda,
y otras cuatro en los siguientes cuatro años. 5000 personas vivían en el área
de riesgo, pero el operativo estableció que sólo 600 fueron víctimas de una
radiación excesiva; por encima de los 0,3 Sv.
Sin embargo, el llamado ‘estrés crónico’ afecta a toda la ciudad desde
entonces, impregnada del miedo y la ignorancia a las consecuencias de aquella
maldita radiación. Hasta ese fatídico día, nadie sabía lo que significaba la
palabra radiactividad en aquel pequeño barrio de Goiania. El miedo trajo la falsa crisis; el comercio
descendió un 60% en la ciudad. Nadie quería salir a comprar ropas ni alimentos
por temor a contaminarse. En el entierro de las víctimas, los ataúdes de plomo
fueron apedreados por la multitud, en protesta por la cercanía del sepelio a
sus viviendas. Varias manzanas de la ciudad fueron literalmente demolidas y
convertidas en escombros, que todavía permanecen amontonados en un depósito a
‘cielo abierto’ y a 18 kilómetros de la ciudad. Una fundación con el nombre de Leide recuerda y vela todavía por los
derechos de los más afectados.
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The Goiania Incident
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El accidente destapó el caos y descontrol en la delegación que
vigila las dosis radiactivas de los componentes radiológicos. Como prueba, más
del 40% de las consultas de control anuales a clínicas y centros quedaban sin
contestar. La comisión de energía nuclear brasileña (CNEN) no recibió ninguna
notificación tampoco del cambio de propietario o demolición de las máquinas de
aquella clínica, según la licencia concedida en 1971. El cesio llevaba 3 años
abandonado allí hasta su robo. Por lo tanto, se estableció que la
responsabilidad en los homicidios por negligencia recaía sobre los tres médicos
que gestionaban las máquinas. Pero como el accidente ocurrió antes de la
promulgación de la Constitución Federal del 88, los médicos no pudieron ser
declarados responsables al no ser los compradores ‘reales’ del equipamiento.
Hoy viven ejerciendo la misma actividad cerca de los afectados por el ‘estrés
crónico’ derivado del incidente.
¿Qué pasaría si esto llegara a ocurrir en tu ciudad, capaz seas como yo que vive en una pequeña ciudad con cientos de radioterapistas capaz muchos de ellos sin licencia y con máquinas muy viejas a quienes no les importa la seguridad , sino mas bien lucrarse y que decimos de la educación nuclear ¿acaso hay una forma de enseñarle a la población el peligro invisible e inminente al cual estamos expuestos?, capaz solo tengamos que esperar que otra vez ocurra un desastre como este para poner las cabezas a pensar.
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